jueves, 13 de marzo de 2014

Julieta Casariego (sábado, 2 de junio de 2012)

    Singular entre los singulares, como que consiguió no parecerse ni siquiera a sí mismo, Pedro Casariego Córdoba nació en Madrid el 16 de julio de 1956, y decidía dejarnos el 8 de enero de 1993. Dos días antes concluye Pernambuco, el elefante blanco, un cuento ilustrado para su hija Julieta. Es su regalo para siempre, para todos los Reyes de su vida. Aún resuena en la noche un tren hambriento que huye con su presa, el jadeo de la sangre veloz. Ella creció llena de luz y con dos corazones dentro de su pecho, franca y excepcional, valiente, sin saber...
    Todos estos años he pensado mucho en ella, no sé, cómo sería, si le quedaría la marca de la cicatriz, y me cruzaba con ángeles de su edad, calculaba, cada vez más esbeltos: niña de los 90, adolescente que florece en otro siglo... El tiempo (en confabulación con el azar, nombre civil del Destino, quién sabe) me convirtió en editor de los libros caleidoscópicos de Pedro: La canción de Van Horne, La risa de Dios, Maquillaje... y ahora La voz de Mallick. ¿En qué momento pensé pedirle un prólogo a Julieta, que tendría ya 20 años, si no contaba mal, para que las palabras de ambos se mezclaran como a través de una vidriera?
    El resultado lo tiene el lector en la edición de «Tansonville», única, mágica y en cierto modo sobrenatural: ella canta y su voz se eleva hasta la de su padre en uno de esos duetos imposibles que sólo puede hacer realidad la poesía.
    Cuando el libro estuvo listo, caliente como un pan, oloroso de tinta, tomé un AVE para ir a conocerla. Pero esto, porque no tengo de las mías, he de decirlo con palabras de Proust: Me pareció muy bella, plena aún de esperanza, sonriente... Hecha con los mismos años que yo había perdido. Parecida a mi juventud.

(Eduardo Fraile)

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