O enamorado, que aquí sí es preceptiva la discriminación
de género. Pero el caso es que quien le pregunta eso a su padre, con el corazón
pelirrojo y adolescente en un puño, es Alexis Castle, la hija del famoso
novelista de bestsellers metido con calzador en la comisaría de la maravillosa
inspectora Kate Beckett.
—Papá, ¿cómo sabré si estoy enamorada?
Qué delicia. Quizá ser padre tenga momentos como éste,
que compensan una vida entera de donación de sí, no sé, yo sólo he tenido
árboles y libros, aunque nunca se sabe. Imagino por un momento que un ángel
llama a mi puerta y, justo en el instante siguiente al que me enamoro sin
remedio, me dice que es hija mía, y entonces sí que dejo la lírica y me paso a
la escritura de novelas.
Porque la pregunta, hermosa y pura como la luz, tiene su
intríngulis, su busulis, su chiendent, en francés. Esto es amor,
quien lo probó lo sabe, dice el poeta, pero hasta que eso ocurre, hasta que
la vida nos hace el don infinito de enseñárnoslo… ¿cómo sabremos si lo estamos?
Y Castle traslada la pregunta y la extiende por toda la
comisaría: los inspectores Ryan y Expósito, y por supuesto su musa, Stana Katic
en la vida real, alta y delgada, casi pívot de baloncesto femenino, con su
nombre yugoeslavo y su perturbadora allure. Y la respuesta es unánime: Porque
entiendes las canciones. Nada de palpitaciones, ni ausencia de apetito, ni
insomnio ni enajenación ni abstracción. De repente, todas esas estupideces de
que abundan las canciones y los poemas de amor cobran sentido, y una especie de
venda que nos cubría los ojos del entendimiento cae súbitamente y ahí estamos,
con una manzana a medio morder en una mano… Y lo sabemos.
Eduardo Fraile
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