Teníamos 13 años, o 14 quizá, nos habían dado un premio
de Misión Rescate (uno de los premios de plata) y allí estábamos, en el hotel
Metropol de Madrid, con toda una semana por delante para ver todos los museos y
Televisión Española en Prado del Rey, y la Casa de la Radio, donde nos
entrevistaron de esa manera antigua que se ve en las películas, de pie, como en
torno de un micrófono que colgaba del cielo sobre nuestras cabezas.
Supongo que en alguno de los archivos infinitos de Radio
Nacional habrá la pequeña voz enlatada de un niño explicando nuestro
descubrimiento, que era una talla románica, una virgen perdida en una ermita
profunda aún no saqueada por Eric el Belga, allá por el norte de Burgos,
no sé, de esas que luego se vendían en el Rastro de Madrid, Ribera de Curtidores,
bellísimas, insólitas, posiblemente falsas…
Un autobús nos traía y nos llevaba, del Museo de Cera al
Templo de Debod, del Prado al Arqueológico, de comer con el ministro (de
Educación) al Teatro de la Zarzuela, donde vimos Katiuska. Creo haber contado
en un poema cómo se formaban largas colas en los entreactos para secarse las
manos en las secadoras eléctricas de los servicios, entonces una novedad. Aún
hoy avanzo infinitesimalmente hacia una de ellas, sin llegar nunca al final,
atrapado en el Tiempo.
Y por las noches, ya en nuestra habitación, el calor, el
olor a frituras que subía por un patio interior, los jadeos interminables que
agitaban los tabiques de papel pintado. El Metropol estaba (está, lo que aún
queda de él) en la calle de la Montera, ya desembocando en la Red de San Luis.
El Madrid ganó la última Copa del Generalísimo, que debía estar ya muy enfermo,
aquellos días…
Eduardo Fraile
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