Parece el nombre de
una empresa americana con asiento en Manhattan, pero en realidad es el título
de mi último libro, que acaba de ser presentado en sociedad, así que
aprovechando que el Pisuerga, que soy yo, pasa por este periódico, me van a
permitir que les hable brevemente de su contenido.
— ¿De qué tratan sus novelas?, me preguntó una vez un
entrevistador, así, a bocajarro, sin saber, se conoce, que todos mis libros son
libros de poesía. En fin, y qué adecuado espacio el de esta columna donde se
trata del sexo de los ángeles para que caiga interminablemente Ícaro en ella,
ángel civil con las alas de cera derretidas por acercarse demasiado a la
verdad. Y qué de molde también la editorial: Libros del Aire...
La mitología griega,
de la que procedemos, es hermosa y terrible. El Ícaro que abre mi libro es el
Ícaro de Matisse, que más que caer parece que se eleva absorbido —absorto— por
una corriente térmica o un agujero espacio-temporal. Pero le siguen las Meninas
de Velázquez, que son otro ensimismamiento del tiempo, un bucle de la luz una
mañana (o una tarde) del siglo XVII. Y trozos de mi memoria, piezas de tela
cortadas con las mismas tijeras con que Matisse alumbra sus gouaches
decoupées, quizá la aventura pictórica más fascinante de todo el siglo XX.
Y tras esas vueltas y revueltas por mis tres infancias (la de Madrid, la
de Valladolid y la de Castrodeza, en los veranos) un final con otra Ascensión
sobrenatural (en una oda de Fray Luis de León): Y tú cortando el puro/ aire…
La ingravidez no es un
mérito de los cuerpos. ¿Cuánto pesa la luz? Velázquez hizo real un trozo del
aire de Madrid y lo sacó del Tiempo. Y yo lo escribo y lo respiro ahora. Y
caigo en él. Les invito a leer mi novela.
Eduardo
Fraile
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