sábado, 11 de octubre de 2014

J.L.C.



              Ha muerto José Luis Castillejo en Houston (Texas) donde vivía con Kathleen, su mujer americana a la que dibujaba Kas, la inicial de su nombre (la editorial El Gato Gris publicó una preciosa selección de este trabajo en 2013). Busco en la prensa nacional y ninguno de los periódicos recoge la noticia. La poesía experimental está de luto por el autor del libro de las íes. “The Book of i´s”, Londres, 1969, con una segunda edición en Alemania. Diplomático español, conjugó el mundo de las embajadas con su pasión iconoclasta, con su inquietud por la búsqueda de nuevos modos de expresión al calor de la revisitación de las Vanguardias en los años 60 y 70 del pasado siglo. Su “La caída del avión en el terreno baldío” aún sigue emitiendo señales de socorro, inaudibles para nuestra desdichada sociedad. Formó parte de la aventura del grupo ZAJ, de la escritura N.O., y desde Washington, Londres y Frankfur (o Stuttgart, quizá, no recuerdo ahora dónde estaba la galería de arte que custodia su producción de entonces) irradió  y financió numerosas propuestas, ya sólo suyas o de compañeros de generación, como Felipe Bosso, Juan Hidalgo, Esther Ferrer, Walter Marchetti, nombres que hoy nos resultan mucho menos resonantes de lo que deberían.
            Recuerdo mi descubrimiento del Libro de las íes en casa de Francisco Pino. Me enseñó ese ejemplar magnífico que contiene en sí la inquietud, la sorpresa, el desasosiego y la maravilla de todas las búsquedas desesperadas. Lo puso delante de mí, sobre una ménsula de su biblioteca, y me dijo: Ábrelo. Desde entonces nada es lo mismo, e incluso de lo mismo (la realidad) puede uno afirmar con conocimiento de causa que no es nada. A Castillejo le conocí personalmente en 2002 o 2003, era mayo y Madrid había conseguido una de esas mañanas netamente velazqueñas. Alfonso Gradolí me acompañaba a su piso del Paseo de la Habana (seguía viniendo a España unas semanas al año, para confesarse con Hacienda). Nos había citado a las 12:30 en punto. No había que hacer esperar al señor embajador, tan elegante, tan cosmopolita, tan educado y tan afable como me le había imaginado. Gradolí  me previno por teléfono, sabiendo que venía de viaje y quizá con ropa excesivamente informal:
Ponte zapatos.

                                                                                                                                                                                                        Eduardo Fraile

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