domingo, 16 de noviembre de 2014

Calle Porvenir



La calle Porvenir siempre olía a manzanas
en descomposición: había un portón verde
de madera con letras blancas: SIDRERÍA.
Nos imaginábamos a las pobres manzanas sometidas a tortura,
hasta que les exprimían todo el zumo, que luego fermentaba
en profundas barricas. Olía fuerte, pero olía bien,
como a aguardiente de orujo. Nuestra madre decía
«tapaos la nariz» cuando atravesábamos esa calle
para ir a los Vadillos o a las Batallas
o incluso más allá: hasta la iglesia de la Pilarica.
Hoy he pasado de nuevo
por allí. El portón verde
(como de trasera de pueblo) resiste en el espacio
y en el tiempo, pero falta el olor
de las manzanas. Bodegas, vaquerías,
fábricas de ladrillos de mi infancia: Cerámica
Silió, imprentas de tinta densa que me hicieron soñar
con mi nombre en lo alto de los libros. Cervecería
la Cruz Blanca, cuya hermosa chimenea es hoy hogar
de las cigüeñas, curtidurías, boterías,
las sardinas arenques y los sacos de legumbre
a la puerta de las tiendas de Ultramarinos.
Eran olores francos, que nos salían a pecho descubierto
al paso, interceptándonos, imponiéndonos su presencia, interpelándonos…
Las magdalenas de mi infancia vallisoletana
son éstas. Tengo más,
pero éstas son las que me servía mi ciudad
cada mañana…

Eduardo Fraile

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