sábado, 1 de noviembre de 2014

Andrés



Apenas le recuerdo, su estatura, su hablar, su continente
reposado y tranquilo, la cadencia
sentenciosa (como un agua ya lenta) de sus palabras…
No sabría decir quiénes eran sus padres, se llamaba Andrés
(vivía en las calles altas, creo, muy cerca de la iglesia),
su edad, así como de 35 o 40, su bondad,
porque bien se veía que era bueno, y su voz…
Si cierro ahora los ojos le vería alejarse
diciendo adiós con una mano, y alcanzo a oír un timbre, una tonalidad
cálida y profunda que a veces llega como en ondas concéntricas
y a veces se resiste a ser asida…
Sólo su nombre apenas. Eso fue para mí,
que entonces tenía 18 años. Eso queda
de él en mí, y su última imagen:
verle pasar por el trozo de calle frente a mi portada,
una tarde de otoño. Decirme “ahí va Andrés”,
desde el cantón donde estoy leyendo un libro.
                                                                           Y saber,
a la mañana siguiente, que las campanas de la iglesia
de Castrodeza (creo haber dicho ya que era del barrio alto, de esas calles
cercanas a las gradas que ascendían al pórtico)
doblaban por él…

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