sábado, 13 de diciembre de 2014

In memoriam



            Hay aquí retratos del tiempo (pinceladas de tiempo interior que nos dan el reflejo especular, en cierto modo, del tiempo, digamos, compartido, común, el aroma de época de esos retratos donde se percibe el fondo explicando el primer plano. He aquí retratos de quien fui y de quien seré, y también de otras personas, animales y cosas que me hicieron ser como soy. El juego malabar de presentes, pasados y futuros como naranjas en manos de un poeta, que quizá en este caso no sea el propio autor sino su personaje, es decir, el autor que le escribe.
            In memoriam recuerda, evoca y vuelve a resucitar a esas presentes sucesiones de uno mismo en otros tiempos, otros cielos, otras personas que han ido reflejando nuestros rostros de ayer, hasta componer un presente continuo de sorpresas y de extrañezas y de perplejidad maravillada.
            Se presenta hoy en sociedad «In memoriam» y, como estos últimos años, me veo casi en la obligación de decir unas palabras sobre el libro, ya que el autor y yo somos la misma persona. ¿Pero lo somos de verdad? Uno de los poemas se titula «El poeta Eduardo Fraile yendo a echar una carta al correo». Ese distanciamiento, ese hablar de mí desde otra parte que yo mismo, explica bien el punto de vista, el tono y la relatividad y la inestabilidad y la indefinición, en definitiva, entre yo poético y yo real.
            Desde luego, el exhibicionismo que supone toda publicación se compadece mal con la sensibilidad agorafóbica, perdón por la tristeza, del espíritu del creador. La torre (de marfil o de luz inexpugnable) no es más que una necesidad, una autoprotección, puro instinto de conservación. El poeta no sobreviviría en la intemperie de la tierra baldía, de la desolación del mundo, por eso envía a su ministro, a su yo social, a eso que yo estoy haciendo ahora, es decir, hablar de nuestro libro.

Eduardo Fraile

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