sábado, 27 de septiembre de 2014

Mis armas



          Cada cual lucha con sus armas: una lasca de sílex o la más sofisticada criatura de última generación (sea esto lo que fuere). Don Quijote levanta su espada ya con moho y orín cuando decide hacerse caballero andante. Su creador, el soldado Miguel de Cervantes, usa una pluma de ganso que va mojando en tinta en un tintero de cerámica de Talavera. Cada cual lucha con las armas que ha elegido (o que le han elegido a él). Mis armas son mis máquinas de escribir. Tengo muchas, más de 100, alguna no sabría cómo ha hecho para llegar a mí. Otras las he comprado en el Rastro, o me las han regalado los amigos que decidieron un día combatir con ordenadores y tabletas…
            Es curioso, mi madre iba a la escuela con su pequeña pizarra (como esas que ahora se venden en los chinos) y con su pizarrín. Eran las tablets de entonces… Al fin y al cabo cada cual gasta su vida en perfeccionar su herramienta, en pulir y limpiar y engrasar y afilar las armas, esas armas que velamos la noche anterior a ser armados caballeros. Heme aquí, pues, Caballero de las máquinas de escribir antiguas. Qué belleza. Qué verdad. Así suena mi voz, así suenan mis palabras. O, mejor dicho, así suena el lenguaje del Universo en mí, a través de mí. Mis ángeles mecánicos que escriben solas mis libros mientras duermo…

Eduardo Fraile

sábado, 20 de septiembre de 2014

La Venta de las hermosas



          Al contrario del consenso general, a mí me gusta más la primera parte del Quijote. Libre, llena de azar, populosa de deliciosos descuidos. El lector va creando el personaje a la vez que Cervantes, que le pone en el mundo sin saber muy bien qué hacer con él (sin saber muy bien qué hará ―qué dará de sí― su criatura). Esta continua sorpresa, como un agua fresquísima, es lo que sacia, lo que sosiega al autor, a quien entrevemos continuamente en su dolorosa cotidianeidad, y lo que a la vez excita la apetencia de quien acepte acompañar a nuestro hidalgo por esos caminos de lo inesperado. De la pura aventura.
            Hoy hablaríamos de una road-movie en términos cinematográficos. El caballero se entrega a los caprichos del azar, hollando el polvo vil de la costumbre, abierto a la novedad. Cervantes se divierte. Quizá esos momentos en que vuela con la pluma en la mano son los únicos en los que vive de verdad (en que puede olvidarse de las miserias de la vida). Y no se relee. No vuelve atrás, a enmendar repeticiones, a corregir clamorosas negligencias. Qué grande ese no mirarse, ese aparente desaliño, ese franco desprecio de sí mismo.
           Y la cosa es que ese azar  de que hablaba va creando líneas sobre el plano que luego revelarán (porque el destino ama los números y la exactitud) una perfecta figura geométrica. Todo va a confluir en un centro de energía que atraerá de manera insólita a la luz, a la belleza. La venta que Don Quijote imagina castillo. Veamos llegar a Luscinda, a Dorotea, y luego a Zoraida/María, a la jovencísima doña Clara… Veamos cómo las chicas más guapas del mundo (del mundo del siglo XVII) vienen a caer allí como ángeles. En una noche mágica de un verano sin fin.
 Pues eso, en consecuencia, debía ser el cielo.


Eduardo Fraile

domingo, 14 de septiembre de 2014

El apoderado




            Tú, lo que tienes que hacer es escribir una novela. Te forrarías. Porque escribir, escribes de puta madre, nadie escribe como tú hoy en España. Pero te empeñas en hacer esos libros de versos que sólo leen las tías. Joder. Al menos no te faltarán lectoras que llevarte a la cama, pero pasta, lo que se dice pasta, nunca te va a sobrar. Mírate, si no tienes ni un puto traje decente, que pareces un clochard con ese look descuidado que te gastas ahora, con lo que siempre te ha gustado a ti la alpaca inglesa. Lo que tienes que sufrir. Tú escribe una novela. Escúchame. Qué necesitas. Yo te adelanto lo que sea, a cuenta de los derechos de autor. A ver, cuánto cobras tú de derechos por esos librillos evanescentes, delicuescentes e inconsútiles, eso si te los pagan los cabronazos que te los editan, que seguro que se aprovechan de ti. Como si lo estuviera viendo. De verdad, yo te financio. Elige un país, llévate un par de musas de esas delgaduchas y angelicales que te ponen a ti. Te doy un año. Pero tienes que escribir una novela, que aquí sólo se vende la novela. Y te la edito yo. Nos haremos de oro. Te darán todos los premios. Volverás a los viajes, los hoteles de tropecientas estrellas, las señoritas de la alta sociedad. Vamos, lo que tú te mereces. Lo de las traducciones déjamelo a mí, lo gestiona la agencia. Tú no tienes que preocuparte de nada. Arrasarás. Toma, esto para empezar. Cómprate ropa. El lunes firmamos el contrato. Un año. Una novela. Ya lo sabes. Y déjate de leches. Mucha acción, mucho sexo, mucho mucho de todo. Bien gorda, que la podamos vender a 25 pavos, 2,50 para ti, menos impuestos. Vente el lunes y cerramos los detalles. Joder, joder. El Nacional, el de la Crítica, el Cervantes, el Princesa de Asturias… ¡Y el Nobel, te darán el premio Nobel!

Eduardo Fraile