sábado, 24 de enero de 2015

El abuelo Bernardino II



Le veo ahora sentado en un taburete, sobre un trillo,
con las riendas pendientes de la mano
izquierda y rascándose con la diestra debajo de la boina
amarronada por el sol, pulverulenta…
                                                          Las caballerías
trazan solas sus círculos, sus espirales
infinitas con paciencia profunda, sabias
y bellas. Mulas pintadas por Cuadrado Lomas
o Vela Zanetti. El sol justo en su cenit
cayendo, derramándose en espigas de oro
tronzadas por el pedernal… Francisco Pino, Justo Alejo,
escriben su redonda eternidad
en versos que se curvan, que crujen, lenta paja
de luz, trigo sagrado…
                                   Sobre el trillo,
cubierto por las alforjas, el botijo (la botija,
de boca única tapada con un corcho)  y cantones
para asentar, para forzar a las olas del bálago
a doblar la cerviz, y, a veces,
mínima tripulación a sus órdenes, nosotros,
que somos niños, con nuestros sombreros
de ciudad. Ya no recuerdo
el timbre de su voz, pero cuando le hacíamos rabiar
decía: ¡Papo, coño, los críos de la mierda!
y también: ¡Ay qué jodidos críos, la leche que han mamado!
Le brillaba la barba, dura como una lija
del 7. Cómo se le llevaban los demonios
(o eso fingía él, capitán de aquella nave
legendaria) cuando le llamábamos:
¡Barba azul! ¡Barba azul!

Eduardo Fraile

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