sábado, 4 de julio de 2015

Un ángel a caballo




            Pone Cervantes en boca de Don Quijote o Sancho, no recuerdo, esa aventuración o predicción o profecía de que, caminando el tiempo, no habrá mesón o venta donde hasta los cuadros de las paredes y las cortinas de las casas no recuerden sus cabalgaduras. Y esto es así, ha sido así, y en las cortinas de las casas de los pueblos inclusive. También yo he puesto una en mi puerta este verano con los molinos y el caballero de la Mancha. Como tenía que ser.
            Es curioso, un libro que el pueblo aupó a la cima de la inmortalidad es ahora un libro que el pueblo no comprende. Y que por tanto ha dejado de leer. Y no se trata ya del castellano antiguo (el crepitante y crujiente castellano de los albores del siglo XVII) y que algunos de nuestros escritores actuales (Arturo Pérez Reverte, Andrés Trapiello) se han propuesto traducir, actualizar, vulgarizar, qué sé yo. No es eso, no es eso.
            Nuestra sociedad actual no tiene el tiempo (ni la inteligencia) para empatizar y emocionarse con el caballero y su escudero. No sabe ponerse en su lugar. La modernidad no es lo necesariamente flexible (sensible) para la compasión. Por eso no sabría decir si somos hoy más o menos inteligentes (comprensivos) que entonces.
            No se trata ya de que esos personajes hablen como no hablaron nunca, o de actualizar las referencias o los refranes, o de aliviar la prosa maravillosa y descuidada de Cervantes de sus olvidos y maravillas. Se trata de que hoy ya no nos identificamos con el alma intemporal del caballero, que ya no queremos salir a buscar las aventuras a su lado. El idealismo, la maravillosa locura que nos eleva sobre nosotros con alas, con aspas de molinos celestiales, ha muerto… Y no queremos ser él.

Eduardo Fraile

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