sábado, 29 de agosto de 2015

Final de verano



Las eras estaban ya vacías, los montones
de cebada y de trigo, las parvas de paja trillada como harina
de oro, ya habían sido recogidas en graneros, sobrados,
paneras y pajares, y sobre la hierba aplastada
se dibujaban perfectos círculos, rectángulos
amarillos, como si hubiesen despegado naves extraterrestres,
los platillos volantes que durante el verano estacionaron allí.
Y sobre esas figuras geométricas, sobre sus áreas
pálidas y desvitalizadas comenzaban a brotar los quitadesayunos.
Leves, delicadísimas cintas albivioletas
como la camiseta del Real Valladolid
asomaban aquí y allá, como suspiros
becquerianos, como un hipo otoñal, como pañuelos
de la melancolía. Y eran esa metáfora de lo que nos sucedía
en el pecho, la señal del adiós, del comienzo del curso, del regreso
a la ciudad, al otoño, al invierno
profundo y nebuloso, a las bufandas
de lana… Y eran también las espadas en alto de los ángeles
echándonos del Paraíso…

Eduardo Fraile

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