sábado, 10 de octubre de 2015

Las abejas



En casi todas las casas había una colmena
(o dos o tres), y sobre todo en las horas de la siesta
había que atravesar con cuidado algunas calles
y tener precaución cerca del río, a las Puentes,
donde iban a beber. Casi todos los veranos sufríamos alguna picadura,
supongo que más por culpa nuestra que otra cosa. El abuelo
Bernardino (según mi madre) cataba la miel de la colmena
del sobrado de la casa sin ninguna protección.
Y era verdad. Aprendimos a no tenerlas miedo
(a las avispas sí), a sentir su bendición, su bordoneo
como algo que tenía que ver más con la luz, con el tiempo,
con las medidas antiguas, como el reloj de sol
y las leguas y las iguadas
y las fanegas y los cuartillos y los celemines.
Ya no quedan colmenas en las fachadas de las casas
de adobe (una mínima abertura con una media teja
que daba entrada a una oquedad cilíndrica
en el muro: un escriño de mimbre allí empotrado
con la tapa por el lado del desván), las abejas
mueren por los insecticidas y los pesticidas
que usan los agricultores… y de repente descubro
que tengo una colmena en la chimenea de la Gloria
(nunca usada por nosotros, que habitamos esta casa
sólo en las vacaciones de verano). Podría
no haberme dado cuenta, de hecho no sé desde cuándo están ahí
ronroneando, destilando su oro, protegiéndome…

Eduardo Fraile

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