sábado, 19 de diciembre de 2015

La propina

Ya estaba la portada vestida de domingo,
recamada de sol, pespunteada por un leve brodoneo de abejas,
y antes de prepararse para subir las gradas de la iglesia
la abuela tomaba su cartera y salía a aposentarse en el cantón.
Su monedero negro de suavísima piel, grande como abanico,
y cierre de presión en dos garbanzos de oro. Los 17 primos
ya la esperábamos en el portal o en la calle
(calle del Río, 6), expectantes y nuevos,
con zapatos bien limpios, con las orejas lavadas
y la ropa de fiesta. Ella decía:
A ver, poneos en fila. Y uno a uno
nos iba dando una peseta de propina.
Una rubia y reluciente moneda, como un pan recién hecho,
como una comunión laica y previa a la de la misa
(y ya tocaban primeras), que todavía no podíamos tomar
los más pequeños. Luego, a la salida iríamos corriendo
a gastar ese óbolo donde la Nazaria,
o más tarde donde la señora Guillerma, o la ʺEnemesiaʺ,
que vendían en su casa pipas y chucherías, eran
regaliz de Zara, chicles Bazoka, magdalenas de Proust…

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario