sábado, 19 de marzo de 2016

La ciudad Deportiva

Bajando por San Telesforo, a mano izquierda
según salíamos de nuestra casa, allá al fondo,
un arco de estructura metálica con la inscripción:
CIUDAD DEPORTIVA. Cada vez que vuelvo por allí
lo busco y ya no está. Tras esa puerta de mi memoria
había pistas de baloncesto, de patinaje, de tenis…
entre los árboles y la vegetación, de cemento
Portland desportillado, quizás alguna portería de fútbol
o balonmano, no sé, un parque con columpios
de tubo de hierro, las paralelas, la bola,
los toboganes pulidos por el algodón remendado
de nuestros pantalones cortos. Qué niñez
la mía de Madrid, tras unos arcos como de torre Eiffel
de fragua, de mecano, que marcaban la entrada
a nuestra pista de recreo. El Liceo San Fernando,
mi primer colegio, en los mismos soportales
de casa, no tuvo nunca patio, ni falta que le hacía:
el pequeño jardín
frontero con rosales y motos Vespa, y la Ciudad
Deportiva calle abajo. Para qué más.
Quién más, mejor dicho, más exactamente.
Mi infancia, mi niñez, sus hectáreas de tiza,
sus paralelogramos de pizarra, sus polígonos
demarcados por líneas puras, de colores, sin peso,
o por montones de carteras (dentro cabía la cartilla
El Parvulito y un cuaderno
de rayas, para que no se nos torcieran los renglones).
Hoy todo ese terreno, que no encuentro en los mapas
ni en la planimetría de Madrid, me da cosechas
de espigas de oro, como las que agavillo aquí.

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario