sábado, 30 de abril de 2016

La periodista

               Me sorprende su belleza, cada vez que retransmiten una rueda de prensa del Congreso. ¿Qué hace entre los micrófonos, esa gola que se ciñe al cuello de los políticos? Micros y grabadoras (sigo viendo las antiguas grabadoras de cinta de casete en los novísimos smartphones, uno el suyo), y su rostro, generalmente detrás de la cabeza del entrevistado (del asediado), como el ángel que ninguno se merece tener.
        Si quisiera calificar esa belleza… pero no, no encuentro los adjetivos adecuados. Ella hace su trabajo. No sonríe (jamás la he oído hacer una pregunta, así que no conozco su voz). Supongo que está acostumbrada a ignorar las miradas de deseo, y de ahí ese levísimo rictus desdeñoso. Ya me parece demasiado perla arrojada en el estercolero.
            ¿Será becaria? Aunque ya la llevo viendo varios años, al menos dos o tres. ¿A qué medio representa? Estoy por pulsar mis contactos periodísticos. Su media melena negra y ondulada, sus ojos almendrados puro Cantar de los Cantares. Intento fijarme en sus manos: cómo toma el micrófono, o sujeta la tableta. Me gustaría verlas más de cerca, y me acerco a la pantalla… Si capturara sus dedos sabría cómo es, cómo acaricia…


Eduardo Fraile 

sábado, 23 de abril de 2016

La Ciudad Deportiva II

La otra Ciudad Deportiva, era la del Real Madrid.
El pabellón de baloncesto, donde tantos partidos hemos visto
por TV, lo conocí yo con mis poquísimos años (quizá 3) y no por ningún  
                                                                          [acontecimiento deportivo
sino religioso. Mi padre
me llevó un domingo por la mañana a una misa
allí. No era una iglesia, esto era lo que me llamó la atención,
como la de nuestro barrio, sino una pista de parqué
con gradas y un techo como con estructura de mecanotubo:
vigas de las que pendían focos y banderolas acabadas en punta.
Y todo lleno de hombres, no vi ninguna mujer,
vestidos con trajes oscuros y con corbatas negras,
como mi padre cuando iba a la oficina
a Lacta, en la callé Alcalá.
                                           (Hago aquí una excursión,
un inciso con olor a amoniaco, de cuando mi madre
limpiaba esas americanas en nuestra cocina:
con la puerta cerrada y las ventanas abiertas
y un pañuelo tapándole la boca y la nariz, como los malos
en las películas del Oeste.)
¿Qué significaba aquella reunión de hombres solos
en una iglesia laica, como un ejército de ejecutivos
de Dios? Mi padre no me dijo nada, ni siquiera al salir
después al sol alto de la Castellana. Volvimos en silencio
a casa, en el metro hasta la parada de García Noblejas
y luego ya hasta San Telesforo
10, 2º izquierda, a pie, donde mi madre nos esperaba con una paella
hecha con azafrán verdadero, que nos regalaba un vecino
de la Mancha, aquellas hebras
cobrizas, casi santas, que contenían el secreto de todo…
y de postre flan.


Eduardo Fraile

sábado, 16 de abril de 2016

Natalia


Tu descaro sonriente, tu sabiduría
y esa naturalidad rayando casi en el escalofrío.
Cuando te recuerdo me pongo a temblar (me echo a temblar,
mejor dicho). Ojalá volvamos a vernos, ojalá me llames
a ese teléfono que hay junto a mi firma.
(Ojalá conserves el tacto de mis manos
en las tuyas, ojalá mis palabras
no hayan dejado de resonar en tu corazón: las tuyas
aún me sobresaltan por la noche,
siempre en mitad del mejor de los sueños.)
En la memoria del Mundo, de esta pequeña parte,
de esta minúscula neurona del Universo estelar, en el archivo
de los instantes de luz novísima, de plenitud increada,
hay uno por el que caminamos tú y yo…


Eduardo Fraile

sábado, 9 de abril de 2016

Las chicas Casariego

        Inquietantes y exóticas, femeninas hasta la extenuación, valientes y aventureras, vagamente orientales cuando no decididamente japonesas de Osaka (o de Ookunohari) o alemanas de Hanoi, o francesas de San Francisco, o rusas de ninguna Rusia de un tatuaje: Nadezhda, Marie, Schneider, Wataksi, e incluso sin un nombre que grabar en el corazón, tan solo una inicial, la letra del silencio compartido del beso, y de la ansiedad y el delirio del amor: H.
         Las chicas de Pedro Casariego, las heroínas de sus 6 libros/puzle, emergen de ese magma inestable y fragmentario de los textos encadenados con una personalidad magnética, imponiéndose en la memoria del lector a los protagonistas masculinos, e incluso a la voz del propio narrador. Ellas son el enigma y la piedra preciosa de donde procede toda la luz.
         La canción de Van Horne, La risa de Dios, Maquillaje, El hidroavión de K., La voz de Mallick… Incluso en el 6º de estos libros, Dra, una aventurera finlandesa, ella, el ella eterno y cambiante de su poesía, sólo es nombrada así, o como ‘la dama’: «Ella resplandece como una tarta de cumpleaños…», «Ella cae/ en la trampa de la ortiga…», «El cisne/ recibe de la festiva dama/ un terrón de hierba…», «La dama coge el ladrillo/ (un ladrillo de nube)», la dama esto, la dama lo de más allá…
          No me es difícil ver ese pequeño rumor de las alas escondiéndose, la travesura del fulgor de sus miradas. De su mirada, pues al cabo son una: una invitación, una aceptación, quizá la clave (la llave), quizá el porqué: de cualquier modo la puerta que da acceso al Paraíso.


Eduardo Fraile

sábado, 2 de abril de 2016

Sharapova Forever

            Ahora ya del todo parece una heroína de Tolstoi o Dostoyevski, ahora que la fatalidad se ha posado sobre ella y descubrimos que sigue siendo igual de elegante en la derrota que en las pocas victorias que las hermanas Williams ─Venus y Serena─ le dejaron alcanzar. Esos tanques. Pero ella ganaba siempre de calle con un grito, con un mínimo saltito antes de cada saque. La distinción, el encanto natural de cada movimiento: touche, charme, chic. Majestad.
          Esto sólo le puede pasar a una rusa que juega al tenis como si estuviera preparando el samovar en el Palacio de Invierno. Porque toda esa belleza en movimiento ya presagiaba algo así, ya llevaba como implícita la tragedia. Y ella la asume ofreciendo el cristal de su cuello infinito a los vientos cortantes de los controles antidoping.
            Sin una queja. Aceptando la injusticia y la aniquilación. Casi se diría que provocándolas ella misma. Como si ella fuese la que hubiera ido a buscar el castigo sin haber cometido ningún crimen. ¿No da acaso esa impresión?
            Ya nos parecía cruel que el destino hubiese puesto a la puerta de la Victoria dos fornidos gendarmes casi infranqueables. Y ya suspirábamos por la justicia poética de un ángel fieramente humano encantando a las bestias…
              Cuando de repente dobló mágicamente una rodilla y entregó las alas.


Eduardo Fraile