La
otra Ciudad Deportiva, era la del
Real Madrid.
El
pabellón de baloncesto, donde tantos partidos hemos visto
por
TV, lo conocí yo con mis poquísimos años (quizá 3) y no por ningún
[acontecimiento deportivo
sino
religioso. Mi padre
me
llevó un domingo por la mañana a una misa
allí.
No era una iglesia, esto era lo que me llamó la atención,
como
la de nuestro barrio, sino una pista de parqué
con
gradas y un techo como con estructura de mecanotubo:
vigas
de las que pendían focos y banderolas acabadas en punta.
Y
todo lleno de hombres, no vi ninguna mujer,
vestidos
con trajes oscuros y con corbatas negras,
como
mi padre cuando iba a la oficina
a
Lacta, en la callé Alcalá.
(Hago aquí una excursión,
un
inciso con olor a amoniaco, de cuando mi madre
limpiaba
esas americanas en nuestra cocina:
con
la puerta cerrada y las ventanas abiertas
y
un pañuelo tapándole la boca y la nariz, como los malos
en
las películas del Oeste.)
¿Qué
significaba aquella reunión de hombres solos
en
una iglesia laica, como un ejército de ejecutivos
de
Dios? Mi padre no me dijo nada, ni siquiera al salir
después
al sol alto de la Castellana. Volvimos en silencio
a
casa, en el metro hasta la parada de García Noblejas
y
luego ya hasta San Telesforo
10,
2º izquierda, a pie, donde mi madre nos esperaba con una paella
hecha
con azafrán verdadero, que nos regalaba un vecino
de
la Mancha, aquellas hebras
cobrizas,
casi santas, que contenían el secreto de todo…
y
de postre flan.
Eduardo Fraile
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