sábado, 11 de junio de 2016

La casa nueva II

            Creo que aquella inaplacable sensación de zozobra, y de angustia, como de ir en un barco por el mar de la noche, no se aquietó hasta el amanecer. Los armarios sin montar, la ropa en cajas que impedían el paso, los golpes de los albañiles en la escalera, pues aún no estaban rematadas las obras… La ciudad nueva que amanecía con ruidos nuevos, el tráfico de la calle de las Industrias, el traqueteo de las vías del tren cuando pasaban los mercancías, la voceadora de periódicos: ¡El Norte! ¡El Diario! ¡Libertad! Empezábamos el día como estorbando y todo nos rechazaba. Mi padre nos llevó a los columpios de la plaza de San Juan, pero ese malestar no desaparecería hasta mucho después, días, años quizá. O quizá dure hasta hoy. Cuando vuelvo a Madrid noto que soy de allí, que esa luz y ese aire me reconfortan, me serenan… Pero había que aclimatarse cuanto antes, porque el curso empezaba ya el lunes siguiente. Valladolid, qué difícil era todo en ti, junto al horrible Esgueva que hoy es un río limpio y coqueto (de hecho, aquí siempre hemos dicho La Esgueva…), junto al Pisuerga grande lleno de ahogados que sacaba el Catarro con sus extrañas pértigas… Quizá en el futuro pasearía por sus aguas en barca junto a alguna señorita, pero de momento no parecía que remar fuera lo mío, que estaba mareado desde que nos instalamos en la casa nueva. Quizás en el futuro me sentaría en esta silla y escribiría en mis cuadernos (de bitácora) el diario de mi corazón…


Eduardo Fraile

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