sábado, 30 de julio de 2016

El yelmo de Mambrino




            He perseguido un yelmo de Mambrino por el Rastro, por las tiendas de antigüedades (incluso en alguna barbería de época, de esas que conservan el autoclave y los sillones de porcelana con su reposapiés de fundición: recuerdo los de Lisboa, con la marca "Pessoa" en relieve). No he podido encontrar una bacía de azófar (ni de cualquier otro metal). Lo más cercano lo he hallado en cerámica de Talavera o de Granada, supongo que con más vocación de objeto para los turistas que como elemento etnográfico. Y recuerdo al barbero de Castrodeza, a Luisito (que se suicidó por ahorcamiento y no con la navaja de afeitar), que arreglaba al abuelo Bernardino y a aquellos bravos hombres de la comarca de los Montes Torozos. Le recuerdo cuando yo era muy niño y los sábados por la tarde rasuraba a Barba azul (así le llamábamos los 17 primos Valles instalados en la casa solariega durante todo el verano). Pero Luisito no usaba bacía, sino una palanganilla de chapa esmaltada haciendo aguas: mi madre hervía un cazo de zinc en la lumbre de paja. A veces he pensado mandarla hacer de encargo, de latón, no con la medida de mi cuello, sino de mi cabeza, pero me digo que no, que esas cosas hay que merecerlas, que ganárselas, es decir encontrarlas por casualidad, como le sucede a Don Quijote, que ve venir a lo lejos a otro caballero con un yelmo dorado (lo que a Don Quijote le parece ser un yelmo) relumbrando sobre su cabeza… y la lía.

Eduardo Fraile

No hay comentarios:

Publicar un comentario