Imagino
a Don Quijote mientras limpia las armas
tomadas
por el moho y el orín, cómo intenta bruñir
(limpia, fija y da esplendor), con qué
productos:
asperones,
lejías, estropajos de estopa, piedra pómez,
aceite,
vinagre y sal. El libro de Cervantes
nos
da una imagen aplicada e industriosa
del
Caballero: su creciente, emocionada, exaltada vocación
de
salir (de salirse de sí) en busca de aventuras
con
que lograr nombre y fama. Y le vemos
intentando
construir una celada
con
cartones y cinta verde, para aplicarla a su morrión
simple.
Fracasa, recomienza, hace la prueba
de
su bondad y de su idoneidad, y al cabo, así nos dice
Cervantes
con suprema elegancia, la diputó
(y
hoy nos parece más prenda interior
femenina,
que indelicada pieza de armadura)
y tuvo por celada
finísima de encaje.
Eduardo Fraile
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