sábado, 16 de julio de 2016

Más sobre Cervantes

          Cervantes nos habla de manera confidencial, serena, sorprendentemente dulce.
Es ya mayor y ha sido aventurero y cautivo, y autor de algunas comedias que no le han reportado la fama y los dineros de que gozan otros poetas de la Corte, como Lope o los hermanos Argensola. Las armas y las letras, como diría Don Quijote, su personaje (ese ente de ficción que acabará teniendo más realidad que su propio creador), las palabras y los hechos, el filo de la pluma, la suavidad de la espada.
            Nos susurra. Por entre los renglones de la acción oímos su voz respetuosa y compasiva, y vemos a través de su mirada valiente, que comprende y no juzga, que acepta en los demás lo que no se permite a sí mismo. Y hay melancolía, por supuesto, a veces oscilando más hacia la luz del ocaso, pero quizá en más ocasiones yendo francamente hacia ella con decidida alegría, y esto nos esponja el corazón. Su personaje le llena. Le distrae de sí mismo, le divierte, y su sonrisa se transmite sin dificultad a los lectores. Hay una continua comunicación de luminosidad y positividad, diríamos, entre autor y lector. Las aventuras del caballero de la Mancha son la excusa para darnos esa miel hecha con todas las primaveras de su vida, que nutre y solaza y maravilla nuestro espíritu.
            Estos momentos en que su pluma corre sin detenerse (sin parar a mirarse, a corregirse, a enmendar repeticiones, deliciosos olvidos, errores de "raccord", diríamos hoy en lenguaje cinematográfico), esos momentos en que su pluma cabalga, son donde la caprichosa y azarosa fortuna le concede su premio, su galardón, su corona de vencedor de sí mismo, los mejores instantes de plenitud y de felicidad.


Eduardo Fraile

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