sábado, 6 de agosto de 2016

Paquete



Yo le llamaba Francisco (Francisco el de la Vero,
como siempre se dijo en casa), así que nunca me acostumbré
a llamarle Paquete, o Paco simplemente, como hacían sus amigos.
Seguía llevando la pequeña mercería de su madre,
mercería/droguería, y hacía trabajos de carpintero y de pintor
de brocha gorda. Esos años
de mi noviciado de escritor (1979. 80, 81) pude conocerle más estrechamente:
su bondad natural, su inteligencia compasiva, se podría decir,
con las cosas y las personas. Todavía tengo en casa
unos bastidores de madera que me hizo
y que no he querido usar aún, y han pasado 35 años
o más. Con Urbano, Venancio, Secun y Tomás
sacamos la revista El Cueto. Y también formamos parte del grupo de teatro
de Castrodeza (Paco no de actor, sino de carpintero de escena),
y bueno, tantas cosas que con él era fácil de llevar adelante…
La cosa es que luego murió casi enseguida
(el 85 o así), no sabría hoy decir de qué: le vi en el sanatorio
sólo una vez, muy rápido, muy tarde ya,
él se iba y yo no quería (no supe, la verdad, nunca he sabido) despedirme…
Él era todo aquello que no quisiéramos que muriese nunca,
y el olvido echa rápido esa manta marrón
sobre la tierra…
Antes de caer malo, cuando publiqué NOPOEMA,
se lo llevé a su casa y le prometí que le traería siempre
todos mis libros (recuerdo una pequeña balda con libros y papeles
en el comedor). No cumplí mi promesa (no le veía sentido
no estando él ya). O quizá sí, de alguna secreta manera,
sí he podido cumplir, de corazón a corazón,
de carpintero a carpintero (y de pintor a pintor).
No necesito llevar libros a su casa cerrada
―abierta en el verano por sus hermanas Marta y Antonia―
o depositarlos sobre su tumba.
                                                  Él me sabrá disculpar.
No necesita mis palabras para saber que le recuerdo,
y esto lo sé de buena tinta, para poderme leer.

Eduardo Fraile

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