Escribo su nombre al fin, tras haber
visto mucho una serie americana de agentes de inteligencia. Después de Le Carré
(después de Smiley) todo parece cosa de los satélites y la tecnología, pero de
pronto aparece Ana (Anastasia) Kolchec en una trama digna de Tolstoi o
Dostoievski. Qué hermosa es. Qué manera de llenar la pantalla con su profunda
belleza. Trágica, se diría. Le va bien ese papel de hija de un espía ruso
(Arcadi Kolchec/ Vyto Ruggins), parecidísimo, por cierto, a nuestro inefable
Paesa. Los episodios donde ella sale ─4 o 5, no más─ son magníficos. Y no sólo
por ella, pero ella es la clave de todo, con cualquier otra actriz el edificio
─el artificio─ se vendría abajo con estrépito.
Podría buscar qué películas ha
hecho, perseguirla por las olas procelosas de Internet. Pero yo me parezco
quizá más a su padre ─en la ficción─: no uso aparatos. De hecho, he esperado
con paciencia a verla en alguna de las reposiciones del NCIS Los Ángeles, que es donde me la encontré por vez primera. Doy
gracias al Dios que hace a los ángeles con alas por haberla creado, por haberla
hecho real. Y por eso he conseguido extraer su nombre de los veloces títulos de
crédito, Guest Stars. Lo cierto es
que le pega más su nombre en la ficción… es lo que tiene ser ─además de todo lo
que vengo diciendo─ una excelente actriz. Pero ojalá en la vida real sepa
administrar su belleza con sabiduría. No parece que pudiera haber nadie capaz
de merecerla, con la posible excepción de
mí mismo…
Eduardo Fraile
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