sábado, 27 de febrero de 2016

Ya se van conociendo los días

Santo Tomico, el día más pequeñico, oigo tu voz
pespunteando en la luz, la poca luz sedente,
claudicante, capitulante ya, casi yacente,
la luz yéndose a acostar, a ponerse el pijama
de invisibilidad. Y entonces dejabas la labor,
repasar unas medias, unos calcetines,
o el mínimo bordado de un pañuelo con unas iniciales
sobre las que un día lloraré. Y por los Reyes
el paso de los bueyes, qué bella lentitud
de la reja del arado de la y griega
hendiendo la corteza del firmamento celeste…
¿Qué significaba ese refrán? ¿Que a partir de los Reyes,
lentamente, al paso pedregoso de las yuntas de bueyes,
irían ensanchando poco a poco los días?
Y en momentos así, cuando parece que hay una sonrisa
que dura más en su mirada hacia el ocaso,
susurras tras de mí, como una brisa cálida
llena de aroma a salvia y a tomillo y romero:
Ya se van conociendo los días…


Eduardo Fraile

sábado, 20 de febrero de 2016

Lampadario

            De las losas de la Catedral emanaba un frescor húmedo, como con matices de moho macerado con incienso, y eso debía ser el ‘olor de santidad’, que nosotros confundíamos con ‘loor de santidad’. Y las maderas de los confesionarios y los bancos infinitos formados en dos filas, y la sillería del ábside y el órgano del coro. Lo que hubiera en las amplias sacristías y el Museo catedralicio, eso ya era cosa de la imaginación, las ropas sacras, con aquella riqueza de oros y brocados, y los colores como hechos de tierras ultramarinas. En el Museo se decía que estaba el púlpito de Castrodeza, que se lo había llevado el arzobispo de entonces, Gandásegui o García Goldáraz, vaya usted a saber.
            Nosotros saltábamos de losa en losa, que hacia la parte de atrás estaban numeradas, y era una especie de juego de la Rayuela un poco irreverente, aunque nuestra inocencia no comprendiera el concepto de la profanación. Tumbas, tumbas, no eran. Bien se notaba cuando había alguna lápida, grabada con preciosos caracteres románicos. Qué bonitas las erres, con su pierna extendida, las oes como la Tierra, un poco achatadas por los polos, y sobre todo las Q, con su forma de caracol.
            Y lo que más nos gustaba era prender las lamparillas, que ahora son eléctricas y se encienden echando una moneda, pero entonces se hacía de verdad, con un cabo de vela que se dejaba luego sobre el cepillo para las limosnas. Cuidado no os queméis, decía nuestra madre llevándonos la mano, como cuando nos enseñaba a escribir: Así, con suavidad, hasta que prenda el pabilo. Y luego, quizá, rezábamos, que era recogerse un instante ante la imagen de la Virgen, o seguíamos saltando sobre las piedras benditas de nuestra niñez, hacia la salida.


Eduardo Fraile

sábado, 13 de febrero de 2016

Si...

Si te recuerdo, es decir, si algo, qué sé yo,
la más imperceptible brizna de Paraíso me devuelve
el eco de los días de tu piel, el sabor
de tu silencio (que era el sabor de las gomas de borrar
de nata, y de los lápices y de los sacapuntas),
si se produce ese espejismo de los náufragos
y de los alterados por la sed, que ven islas, oasis
donde sólo hay campos de sal y olas de sílice…
Si creo verte, a lo lejos, en un rostro
que huye en el tiempo, si te atisbo en un beso,
si me despierto pronunciando tu nombre
(pero no eras tú la que estaba en el sueño), si te olvido
luego durante meses, durante años quizá, si consigo olvidarte
más allá de la vida…


Eduardo Fraile

sábado, 6 de febrero de 2016

La Salle/ La Sala

                                                                 Yo soy de  La Salle,
                                                                                                                                                     lo digo así, en una especie de presente eterno
                                                                                                              y con infinita gratitud

Estuve allí, la Sala
tenía mi nombre, y a la vez era yo
quien la habitaba, quien la inauguraba,
quien hablaba con palabras que no me oía decir
a los allí presentes, quien escuchaba en cambio voces recuperadas
por un efecto podríamos decir óptico/acústico de la memoria:
y quizá entre aquellas voces que venían a envolverme
en su dulzura incomparable, estuvieran también las de mis padres,
orgullosos de mí por una vez, o incluso, si aguzaba la vista
─si aguzaba el oído─ oyese a un escolar
que me sonaba tanto, que tenía
su nombre casi en la punta de la lengua…


Eduardo Fraile






Fot: Wellington Dos Santos