sábado, 4 de febrero de 2017

Las cartas


           Hemos escrito muchas cartas (mi generación, me refiero). Y creo que con toda probabilidad, si nos respetan las lesiones, como dicen los deportistas, veremos quitar los buzones de los portales de las casas, por inútiles. Incluso las facturas ─esas cartas de amor del capitalismo─ están a punto de desaparecer. Las facturas en papel, quiero decir. Encima de sangrarnos, las compañías eléctricas nos conminan con sarcasmo a proteger el medio ambiente descargándonos la factura digital. No sé, mi idea de descargarme algo es con una carretilla, o a hombros, como los sacos de trigo cuando se trillaba en las eras.
             Ya va siendo raro que alguien nos escriba una carta personal, o una postal, o un christmas navideño. Las chicas de quienes esperaríamos una carta de amor no sabrían cómo hacer. Ni siquiera creo que sepan qué son los sellos de correos. Quien no haya escrito una carta de amor no merece, a su vez, recibirla. Decía Pessoa que todas las cartas de amor son ridículas, pero que más ridículo aún es quien no ha escrito nunca una carta de amor. Él, sin ir más lejos, cuando escribía cartas de amor a Ophélia de Queiroz, para ir a echarlas al buzón tenía que pasar por delante de la casa de su destinataria. Pero explicar este gesto magnífico sería la prueba del 9 de lo que vengo diciendo.
          Mon ami, ma main tremble avec force quand je t’écris, escribe Odette a Swann, sacudida por las primeras ondas del cataclismo amoroso que se desencadenará. Y esas fuerzas devastadoras que arrasarán nuestro corazón y quizá el universo tenían ese primer sismógrafo en el temblor de nuestra letra manuscrita sobre el papel. En París, hacia 1900, cuando Proust comienza a erigir su catedral de palabras, había 5 repartos de correo diarios, dos servicios de telegramas, los bleus, que eran como quizá los hayamos conocido nosotros, en papel azul y con las palabras pegadas en rectangulitos blancos, y los pneumatiques, que circulaban por un sistema de tuberías de aire comprimido. Más el trasiego de cartas, tarjetas de invitación y de visita entre particulares…
         Ya bien entrado el siglo XXI no voy a enumerar aquí los sistemas de comunicación supuestamente directos de que hoy disponemos. Y qué decir de su seguridad y de su privacidad. Hasta el mismísimo y flamante presidente Trump acaba de declarar con clarividencia desde la rubia azotea de su pensamiento: «Toda comunicación digital puede ser hackeada. Si ustedes quieren enviar algo a alguien con seguridad, métanlo en un sobre, péguenle un sello y échenlo en un buzón, a la antigua usanza.»


Eduardo Fraile

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