sábado, 18 de marzo de 2017

Calle Porvenir III

           Si prolongamos la calle Industrias en dirección norte, como hacia los Vadillos, la calle Porvenir nos recibe hoy sin el olor a manzanas en fermentación de la Destilería. Los portones verdes siguen ahí, en la acera de la derecha, como testigos mudos de un mundo que pasó. El alquitrán, las sardinas arenques a la puerta de las innumerables tiendas de ultramarinos, las bodegas, las sidrerías, las imprentas, con su tinta densísima y sus máquinas bien engrasadas… Todo olía fuerte, nos picaba en la nariz, y el piñero pasaba en un remolque con redes lleno de piñas, tirado por una mula torda. ¡El piñeroooooo! Y casi no hacía falta que pregonara el piñero sus piñas, porque ya perfumaban toda la calle Industrias, y abríamos las ventanas para respirar ese aire verde y lleno de salud.
          Hoy mi calle no huele a nada de provecho. Un poco a pan en las mañanas, cuando los repartidores dejan sus jaulas de barras de riche en el despacho de Rosa Mary. Ahí, en esa cola estoy yo, escribiendo un poema del libro Quién mató a Kennedy y por qué, donde se anuncia la crisis que los economistas y los políticos no vieron venir, pero un poeta sí. El poema se titula Las colas del pan, 24 de marzo de 2006. Las barras costaban 29 céntimos y mi calle parecía una estampa de la Guerra Fría o de nuestra propia posguerra: las cartillas de racionamiento y las colas del pan que vivieron nuestros padres… La gente estaba aquí para ahorrarse tres o cuatro céntimos, y venían desde barrios extremos, y bien se veía que lo hacían por necesidad. Esa cola olía a pobreza, a moho, a gente mal vestida dignamente, a jubilados que habían madrugado para venir a pie por media barra, y había varios perros en silencio, casi en oración, todos quietos y como comprendiéndolo todo.
        Pan candeal. Pan de Valladolid. Aquí venían por el pan los madrileños señoritos. Panes lechuguinos y tortas y molletas barnizadas de aceite, y fabiolas y pistolas (ellos llamaban así a las barras de pan y a las barras de riche). Digo ellos, pero ellos también soy yo, también éramos nosotros, que vinimos a vivir a esta calle tras el verano de 1968… Ay, qué lejos está la panadería del señor Pepe, en nuestro barrio de Madrid, qué lejos sus grajeas de colores y las huchas donde le guardábamos perras gordas y perras chicas y las monedas color miel de dos reales… Qué lejos San Telesforo (o qué cerca de mí, si bien se mira), el aire de Velázquez y la luz no usada nunca de Fray Luis.


Eduardo Fraile

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