sábado, 22 de julio de 2017

Pozo y golondrinas

            He hablado en otra columna de María Zaitegui, que pasa una noche o dos en Castrodeza al volver hacia Almería desde el verde (todos los verdes del verde) o la verde, que no sé muy bien si esa tierra es masculina o femenina, Euskadi. La diversión, lo que más le gusta a ella de mi casa es ver a las pequeñas golondrinitas asomarse al borde de la copa del nido, o si volasen ya, llamarlas de esa manera en que yo las llamo, tratando de imitar sus chilliditines, y ellas vienen enseguida, convocadas por una vocecilla musical que reconocen y aman. Y sacar agua del pozo, con los guantes de jardinera que le quedan enormes, para que no se le manchen las manos del óxido de la cadena. Y así, entre los vuelos cortantes y acerados de las aves que juegan y el chirrido de la polea, esa hora de la siesta se llena de frescor y de humedad riquísima, mientras su hermano Teo persigue lagartijas por la tapia del sol, como Alfanhuí, o entre las piedras de molino, como lunas caídas, y Diego, el padre de los dos, mi amigo el librero de Book Cake, se repone de la distancia y el tiempo y yo leo este libro con las hojas en blanco.


Eduardo Fraile

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