sábado, 19 de agosto de 2017

A lavar al río II

Nuestras madres iban a lavar al rio
con la banquilla y el lavadero y los barreños de zinc.
Lavar la ropa blanca, las sábanas, las camisas de algodón
del abuelo, y enjabonaban y frotaban y volvían a frotar
y aclaraban al paso caudal de la corriente.
Luego, entre dos, retorcían para devolverle al Hontanija
la mayor parte de su contribución
a la blancura. Ese blanco de harina
de trigo candeal, que se lograba sólo con jabón hecho a mano,
agua del río de mi infancia, y lo más importante de todo:
el secado al sol. En las eras,
sobre los cardos de la ribera, sobre céspedes
que no mancharan de verdín, y antes, entre dos
igualmente, sacudir y estirar, y posar los lienzos dulcemente,
y si corría algo de aire sujetarlos con morrillos suavísimos
por las esquinas. Ya existían las primeras lavadoras
(y mi madre la usaba en la ciudad), pero en el pueblo
no había agua corriente aún, y luego, cuando la hubo,
en los veranos todavía se bajaba a lavar
al río, sobre todo las sábanas.
Gracias, mamá, qué bien olían
nuestros sueños…


Eduardo Fraile

1 comentario:

  1. Muchas gracias a ti Eduardo por deleitarnos con un nuevo delicatessen.

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