sábado, 23 de septiembre de 2017

¡Hare Krishna!

             Otra de las flores efímeras que desapareció fue el azafrán de las túnicas de los Hare Krishnas, no sé, brotaron y se extinguieron esos años mágicos de la Transición, entre el 76 y el 79, y perfumaron y pusieron cierto cromatismo que no era de aquí en la suciedad gris de nuestras calles. Desde los autobuses decrépitos con silletín para el cobrador veíamos esos grupos de 6 u 8 danzarines de cráneos mondos y lirondos que iban cantando su Hare Krishna, Hare Hare, como beodos o fumetas, o simplemente poseídos por el espíritu gozoso de su divinidad.
            Sus cabezas rapadas hoy no resultarían tan chocantes como en aquellos tiempos de melenudos con pantalones de campana. Ni sus túnicas naranja… bueno, sus túnicas anaranjadas seguirían hoy siendo una exótica deflagración de color. Mariposas que envolvían en sus vuelos concéntricos a los sorprendidos transeúntes, acostumbrados más a los testigos de Jehová con sus carteras baratas y sus revistas, o a las gabardinas azul plomo con chapa identificativa de los mormones.
            ¿Qué les pasó? ¿Por qué no volvieron más? Me emociona su levedad, su aparente inoperancia y desprecio por el proselitismo. No nos daban la vara, no nos adoctrinaban, no metían el zapato, como los vendedores de enciclopedias, para que no les cerráramos la puerta en las narices. Sólo iban por la calle cantando (o rezando, quién sabe), provocaban una sonrisa, algún lanzado se unía a su carrusel, a su conga de Jalisco budista o hinduista o lo que fuere, pero todo lo más duraban media calle…
         No arraigaron aquí. Demasiado categóricos, demasiado maximalistas, demasiado poco acostumbrados a la flexibilidad de los juncos mecidos por el viento debimos parecerles. No dignos de su mensaje, no preparados aún para hacernos partícipes… de su secreto.


Eduardo Fraile

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