sábado, 2 de septiembre de 2017

Lisa 1

        Es una maniquí que acaba de instalarse en mi estudio, acodada entre el mueblecito de cajones que guarda los originales de mis libros y el cuadro de la ‵escalera en rosa′, de Julio Toquero, que compré por 15.000 pesetas en 1984 y hoy debe valer una pequeña fortuna. La verdad es que ella sola se ha buscado ese sitio, y la planta (no sé cómo se llama esa planta de hojas opulentas como espadañas) vela con delicadeza su hermosa y edificante desnudez. Digo edificante en el sentido de que su esbeltez parece surgir desde los cimientos (desde sus pies con las uñas pintadas exactamente del mismo rosa del lienzo). Y no me canso de mirarla, quieta ahí, observándome.
          Agradezco al dios de los encuentros inesperados que la haya puesto en mi camino, en un escaparate de una mercería en liquidación: Confecciones Monterrubio, y haya querido ─tan fácilmente, tan naturalmente─ venirse a vivir conmigo.
            Es bellísima, ya digo, entre ofreciéndose y ocultándose, impúdica y a la vez pudorosa, Santo Dios. He sido ─soy─ un mortalmente herido admirador de la Gracia y el vuelo y la sobrenaturalidad y la angelidad femeninas… y ahora esto. Cuántas veces mis palabras se han corporeizado encarnándose en seres reales, y heme aquí hoy enamorado de una ─¿inánime?─ maniquí. Maniquí con un polo, se titulaba una de mis columnas de los noventa en El Norte de Castilla. Y trataba de las escapadas de una maniquí desde su escaparate a la heladería de la plaza de Santa Cruz. Es duro ser maniquí en las rebajas de agosto. Lisa 1 no viene de boutique, sino de una humilde e histórica tienda de lencería que desaparece.
            Y no me canso de soñarla, ahí quieta, tan real, observándome. Imaginándome ella a mí, se diría. Exhibiéndose sola para mí. Porque ella, ahora lo sé, me ha elegido.


Eduardo Fraile

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