sábado, 2 de diciembre de 2017

Alonso Cordel

            Uno de los personajes que iba mucho a la Luna era Alonso Cordel, el editor de Balneario escrito. Su nombre real era Pedro Gómez Cornejo, y trabajaba de distribuidor de libros (Seix-Barral/ Libros Enlace). Vivía en la calle Juan Mambrilla, en el número 13. Siempre que paso por allí, miro ese balcón del entresuelo que durante unos años, los primeros 80, fue Historia de la Literatura.
           Era alto, delgado, con barba entrecana y todo el pelo alborotado. Los ojos muy abiertos, como de búho… La verdad es que la primera vez que le veías impresionaba. El rostro muy trabajado, no sé, tendría 40 o por ahí, un tío mayor para nosotros, que iniciábamos los 20, la década de los 80, los años de nuestra luminosa juventud. Pienso mucho en él estos días, cuando alguien que se le parece abrumadoramente entra en el café donde tomo estas notas a vuelapluma. Parecería como si el futuro, lo que quiera que fuese eso a lo que aspirábamos a encaramarnos, quisiera ponerme delante su retrato definitivo. Pedro, joder, persiguiéndome todavía a estas alturas.
        Hubiera podido ser mi primer editor. De hecho, leyó mi manuscrito de Hiéndeme luna góndola, que compuse en su mayoría en los ángulos diáfanos de aquel espacio mágico que nos contuvo a ambos en algunos momentos… ¡Y lo iba a publicar en Balneario! Pero de pronto desapareció de la circulación. Dejó la casa (la de Juan Mambrilla, con todos los libros, y la de Villabáñez), dimitió del trabajo, se fue de la ciudad, nadie supimos dónde. Tenía todos los visos de ser un asunto sentimental, pero no regresó. Ahí acabó la colección Balneario escrito, con mi libro a las puertas… Al cabo de los años recuperé su pista en Zaragoza, donde se había radicado definitivamente. Incluso cuando la Expo del Agua en aquella ciudad, ya en este siglo, me consiguió un recital y volvimos a darnos un abrazo, veinticinco años después.
           Me recitó de memoria uno de los poemas de aquel libro que nunca intenté publicar luego ─de hecho es uno de mis inéditos─, uno que empezaba: "No sería el alcohol una distancia/ suficiente hasta el templo…" Aquel libro era suyo y bien está que siga siendo así. Al volver a Valladolid tras aquellos días junto al Ebro, vine leyendo en el tren composiciones nuevas muy distintas a las de Épica inversa o En un vértice agudo y penetrante, las cosas que yo conservaba de él. Estas situaciones sí son de verdad un regreso al futuro, con toda su extrañeza, su incredulidad y su estupefacción.
            Casi se habían invertido los papeles, ahora leía yo un inédito suyo, Kermesse en la azotea, con ojos de editor. Creo que luego escribí para él un prólogo o algo, que se titulaba Retrato inverso de Alonso Cordel, jugando con el título de su libro inaugural en Balneario. La vida pasa. O no. Sí, los que pasamos somos nosotros por el borde de una hoja de lechuga, como caracoles. Nuestro rastro quizá pueda ser leído, o amado, o descubierto por una lejana civilización. Nuestras palabras que hicieron más deslizante el suelo de este mundo. Nuestra baba de oro, nuestras lágrimas como piedras preciosas…


Eduardo Fraile

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