sábado, 10 de marzo de 2018

Cosas que nunca creímos que llegaríamos a ver


Nosotros contemplamos, con nuestras caritas
de niños de 8 años, a Neil Armstrong
dar su pequeño pisotón sobre la Luna, así que nada
en adelante nos cogería por sorpresa, o eso creíamos nosotros,
y luego, efectivamente, se produjeron otros pasos
de ballet lunar, incluso alguna rodadura con extraños
todoterrenos blancos, pero tras el Apolo 15… ¿o 16?
Kaput, se acabó lo que se daba, y la NASA nos dejó con un palmo de narices,
huérfanos de otros mundos que se quedarían sin hollar
por el hombre. Marte, Venus,
que parecían accesibles, abordables, ofrecidos a nuestro apetito
voraz, resulta que no estaban maduros
todavía… Pero en la superficies de la Tierra
irían produciéndose cambios dignos de reseñar: las escaleras
mecánicas, por ejemplo, terror de nuestras madres
en un principio, o los teléfonos móviles
en el alborear del siglo XXI, y esa cosa tan parecida al Aleph
de Borges, que lo contenía todo (o que contenía el Todo,
mejor dicho, quizá) en sus redes de oro
y que llamamos Internet. Y los satélites
orbitando como lavadoras borrachas en torno del planeta
(de la planeta, dicho sea en francés), y que propiciaban cosas
impensables otrora, como saber el tiempo
que tardará en llegar el autobús a la parada donde estamos esperándole
o que una leve máquina nos guíe hasta una dirección
desconocida. Quizá en el fondo todo sea lo mismo
que en Elea o en Éfeso, Siracusa o Corinto,
cuando otros hombres daban también sus pasos en la arena
y se bañaban desnudos en el río del Tiempo…
Ellos también jugaban con la eternidad, y reían
imaginando posiblemente las consecuencias que acarrearían
sus descubrimientos en el improbable Futuro…
Si es que el Futuro no era una entelequia
también, o una tortuga a la que Aquiles, el de los pies ligeros, nunca
jamás daría alcance…

Eduardo Fraile

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